Somos, después de mi dilecta Italia, el país de la Unión
Europea con un mayor porcentaje de «ninis». Los «ninis», como ustedes saben,
son esos jóvenes que ni estudian ni trabajan, aunque estén en edad de
merecerlo. En general, han sido víctimas, o protagonistas, de un sonoro fracaso
escolar y, tras echar el cierre a los libros, han decidido que levantarse todos
los días de madrugada para chuparse luego una jornada completa de obras,
servicios o suministros, vamos, lo que se dice currar, es una auténtica lata. Y
«aparte de eso, gracias a Dios», viven cuarenta veces mejor que usted y que yo.
Estos ninis no representan, ni mucho menos, a toda la
juventud española, pero ya rondan el 20 % y, como en su mayoría no albergan
propósito de enmienda, empiezan a ser un lastre para la sociedad, como cualquier
colonia de parásitos lo es para la salud de un organismo vivo. Lo curioso es
que no acostumbran a avergonzarse de sobrevivir, o vivir como sultanes, a costa
del esfuerzo ajeno. En general, se vanaglorian de sus holganzas, y yo creo que
hasta se sienten superiores al resto de los mortales. Al fin que han
descubierto una nueva ley física: la de mimo más rostro igual a Jauja.
De lo que no estoy tan segura es de que sean los auténticos
responsables de su suerte. Somos nosotros, los ciudadanos abúlicos, los
profesores impotentes, los padres permisivos, y esa tribu resignada en la que
nos hemos convertido, los que hemos fabricado, tuerca a tuerca, esta especie de
Frankenstein en serie. Creo que estamos superprotegiendo, y a la vez
destruyendo, a estos «cari bambini». Quizás todo se arregle con un simple
portazo. Que les obligue, al fin, a buscarse la vida, cosa que ni hoy ni nunca
ha sido fácil. Dejemos de tratarlos como nenes, a ver si dejan ellos de ser
ninis.
Laura Campmany, ABC, 30, marzo de 2011