domingo, 5 de febrero de 2023

 LA NOVELA DESDE 1939 A 1975: TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS



Al acabar la Guerra Civil, comenzará la dictadura del general Francisco Franco, que se prolongará hasta su muerte en 1975. Las libertades sufren un recorte desmesurado, que se ve en la supresión del sufragio universal, la imposibilidad de asociación en sindicatos, restricción de derechos de reunión, leyes de represión contra comunistas, masones, republicanos, etc., estricta censura, control educacional en manos de la iglesia, eliminación de los referentes literarios no afines al pensamiento franquista, un frenazo a los logros obtenidos por los derechos de las mujeres, que volverán al ámbito doméstico y a depender completamente de padres o maridos…En cuanto a la literatura, el régimen posterior supuso un corte muy profundo con la tradición inmediatamente anterior, por lo que quedan abandonadas las tendencias renovadoras y experimentales impulsadas por los novelistas de la Generación del 98 (Baroja, Unamuno, Azorín o Valle-Inclán) y por los autores del novecentismo o la vanguardia (Gabriel Miró, Benjamín Jarnés, etc.). Durante estos años se darán varias etapas:

En esta primera etapa
 (1939-1950) nos encontramos con:

-La novela 
ideológica, escrita por y para el bando de los vencedores en la GC. Se exalta, entre otras cosas, el nacionalismo y el catolicismo. Autores como Rafael Sánchez Mazas, José María Gironella o Gonzalo Torrente Ballester. El propio Franco, bajo seudónimo (Jaime de Andrade) escribirá Raza.

-La novela 
en el exilio, escrita por los vencidos desde fuera de España. El tema central de sus novelas es la guerra. Destacamos Réquiem por un campesino español (1953), de Ramón J. Sender, la tetralogía de Francisco Ayala La cabeza del cordero (1949), que recoge toda la problemática de la guerra, posguerra y exilio, y El laberinto mágico (1943-1968) de Max Aub.
-La novela 
existencial, cuyas características serán los temas referidos a la miseria y sordidez de la vida cotidiana, la frustración y la angustia personal, la soledad y la muerte; personajes desarraigados o marginados; la técnica narrativa será similar a la novela realista. De todas ellas destaca Nada (1945), de Carmen Laforet. Dentro de esta corriente, nos encontramos también con la novela tremendista, ambientes, situaciones y personajes extremos, repletos de gran dureza y violencia. Cercano a lo que sería el Naturalismo de Emile Zola, pero llevado al límite. La familia de Pascual Duarte (1942), de Camilo José Cela sería el ejemplo perfecto de esta forma de contar.
-La novela de 
humor y fantasía, donde se crean mundos imaginarios para evadirse de una realidad muy dura y terrible. El bosque animado (1943), de Wenceslao Fernández Flores es la novela que mejor recoge este tipo de tendencia.

En esta segunda etapa
 (1951-1961) vemos que, según se avanza en el tiempo, la literatura se va alejando de los modelos de la década anterior y la corriente que va a predominar durante esta época será la del realismo social. Etapa que inaugura Camilo José Cela con la publicación en Argentina, por culpa de la censura, en 1951 de La colmena. La novela, ahora, es vista como un testigo directo del momento histórico que se está viviendo, reflejando el compromiso sartriano de denuncia social y política. Dentro de esta novela social, se suele distinguir dos corrientes distintas:
- El realismo 
objetivista y conductista, corriente donde el narrador desaparece, mostrando una despreocupación por la belleza expresiva de las palabras, dejando que sean los personajes los que se presenten a través de sus palabras y sus actos, predominando la técnica del diálogo, con un personaje colectivo, que representa a un sector de la sociedad, condensación espacial y temporal, y una estructura lineal, donde los acontecimientos se desarrollan sin anticipaciones ni saltos en el tiempo. La obra más importantes de esta corriente será El Jarama (1955), de Rafael Sánchez Ferlosiola crónica de un domingo de ocio junto al río Jarama de una pandilla de amigos y sus charlas banales y la ausencia de futuro..
- El r
ealismo crítico comparte muchos de los rasgos del objetivismo, pero incrementa su intención social. Los temas de esta narrativa se encuentran en la sociedad española de los años 50 (el mundo rural y sus retrasos, el mundo obrero, los emigrantes, los burgueses despreocupados, los suburbios y su miseria…).

Esta tercera etapa 
(1962-1970) rompe por completo con la estética del realismo social, que decae porque los autores se dan cuenta de que con la literatura no se puede provocar un cambio social. Las claves para entender este cambio hay que buscarlas, sobre todo, en la llegada, por fin, a España de los grandes autores extranjeros, verdaderos renovadores de la literatura en el siglo XX (KafkaJoyceFaulkner…) y del descubrimiento de la narrativa hispanoamericana con Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez a la cabezaTodo ello da lugar a la novela experimental. En ella, el autor destruye lo que se habían considerado características básicas de la novela. Ahora se usa más de un narrador, incluyendo el de segunda persona, el tiempo se presenta desorganizado, renovación del léxico y de la sintaxis, así como la presentación gráfica de alguna de estas obras (diferentes tipos de letra, sin puntuación, doble columna, …), se introducen elementos extraños a la novela (como anuncios, informes, esquemas, ...), por mencionar tan sólo algunas de las nuevas técnicas. Esta literatura exige un lector nuevo, que realice una lectura activa y creadora y que solucione el rompecabezas que parece ser la nueva narrativa.
La novela que abre este periodo es Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín Santos
Otras obras importantes son Cinco horas con Mario (1966), de Miguel DelibesSeñas de identidad (1966), de Juan GoytisoloÚltimas tardes con Teresa (1966), de Juan Marsé; o Volverás a Región (1967), de Juan Benet.

De esta última etapa predemocrática
 (1970-75), podemos destacar, siguiendo la misma línea de experimentación, Reivindicación del Conde don Julián (1970), de Juan Goytisolo o La saga/fuga de J. B. (1972), de Gonzalo Torrente Ballester. Poco a poco, los autores se van centrando más en la trama  y se vuelve a una estructura más simple, lineal y tradicional, surgiendo muchas tendencias (novelas policiacas, aventuras, intriga, fantásticas, ...). Los autores y obras más destacados de esta época son  La verdad sobre el caso Savolta (1975), de Eduardo Mendoza, Si te dicen que caí (1973), de Juan Marse y la saga iniciada en 1972 del detective Pepe Carvalho con Yo maté a Keneddy, de Manuel Vázquez Montalbán.
Aquí comenzarán diversos itinerarios de las novelas relacionados directamente con lo que las editoriales consideran para alcanzar el éxito con los incipientes lectores que surgirán en democracia.

LA NOVELA DESDE 1975. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES


Tras la muerte del general Franco en 1975, España transitará hacia la democracia. Adolfo Suárez, presidente del gobierno, será el principal protagonista de la llamada Transición. Se legalizan los partidos políticos prohibidos, muchos exiliados regresan al país, desaparece la censura, tienen lugar las primeras elecciones generales y en 1978 se firma la Constitución.

Desde el punto de vista literario, no es sencillo hacer un panorama general que englobe todas las tendencias que se abren en este periodo, lo que sí está claro es que la novela será el género predilecto, algo que hará que se convierta en un objeto de consumo, por lo que el mercado editorial condicionará las directrices literarias en pos de un lector ávido por adquirir los libros más vendidos –best sellers- en los grandes almacenes debido a su popularidad y no tanto a su calidad.

A pesar de la enorme variedad de tendencias, el rasgo más notable de este periodo será la recuperación de la trama argumental, contar una historia sin más, una vez superada la etapa experimentalista de los años 60. Eso sí, la ambientación realista tendrá el objeto de servir de marco verosímil de las preocupaciones de los personajes, que rara vez se proyectan más allá del límite de su entorno familiar o círculo de amistades. Se puede hablar de este modo de una novela posmoderna en la que los novelistas renuncian a cualquier interpretación o explicación totalizadora del mundo, y los problemas que plantean no trascienden la individualidad de sus protagonistas. Se observa un claro neorromanticismo, en el que se dan protagonistas solitarios y desolados, que tratan frecuentemente cuestiones de tipo existencial, con el amor y la muerte como los dos grandes temas sobre los que gravita todo, incapaces de comprender el mundo que les rodea y ante el que se muestran dubitativos y paralizados.

El punto de inflexión con la etapa anterior lo marca Eduardo Mendoza con “La verdad sobre el caso Savolta” (1975), recuperando la narratividad, situando su historia en la Barcelona de 1917-18 para contarnos, a través de tres puntos de vista diferentes (el del protagonista, el del narrador omnisciente y los documentos propios del juicio celebrado diez años más tarde), los avatares de Javier Miranda y la muerte de del industrial Savolta. Mendoza se vale también de la parodia de las novelas policiacas con la saga iniciada en “El misterio de la cripta embrujada” (1978), y que, a día de hoy, tiene cinco aventuras más protagonizadas por este singular personaje del que no conocemos el nombre.

En el género policiaco, además de Mendoza, destaca Manuel Vázquez Montalbán, con la saga del detective Pepe Carvalho, Lorenzo Silva, con las aventuras de sus dos guardias civiles, el sargento Bevilacqua y el cabo Chamorro, o Antonio Muñoz Molina.

La novela histórica vuelve a suscitar interés, ya sea ambientada en el pasado lejano, Miguel Delibes con “El hereje” o Arturo Pérez Reverte” con la saga de “El capitán Alatriste”, o cercano, Eduardo Mendoza con “La ciudad de los prodigios” o José Luis Sampedro con “Octubre, octubre”.

La novela lírica muestra un tono más intimista y sugerente, con mayor tendencia al lenguaje poético. Se ve muy bien en Julio Llamazares en “La lluvia amarilla”, o en Francisco Umbral en “Mortal y rosa”. También encontramos autobiografías, novela de aprendizaje que entroncan directamente con esta manera de contar. Javier Marías en “Todas las almas” o “Corazón tan blanco”.

La metanovela cae en contar el proceso de creación de la historia y la propia historia, literatura dentro de la literatura que tanto gusta a Juan José Millas “El desorden de tu nombre” o Carmen Martín Gaite con “El cuarto de atrás” entre muchos otros.

La novela realista, de la memoria o del testimonio, con una perspectiva amplia y abierta, abarcando también el mundo onírico y un punto de vista irracional o absurdo, como sucede con Luis Mateo Díez y “La fuente de la edad”, o Rosa Montero con “Te trataré como una reina”.

La novela culturalista, muy heterogénea y diversa, pretende explicar aspectos de la cultura occidental desde un punto de visto erudito. “Larga carta a Francesca”, de Antonio Colinas, o “Las máscaras del héroe de Juan Manuel de Prada.

La novela joven y urbanita, estética cercana a la contracultura, historias que plasman a unos protagonistas inmersos en sus problemas de juventud en la ciudad y la ausencia total de futuro o esperanza. “Héroes”, de Ray Loriga, o “Amor, Prozac y dudas”, de Lucía Etxeberría.

Habría muchos más autores y tendencias, pero es imposible recogerlos todos.

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